lunes, 28 de diciembre de 2015

Grutas

Otro cuento de 
Juan José Delaney







Aunque en realidad no tenía previsto destinar la tarde a la lectura, fue porque el libro lo tenía ansioso y perturbado que optó por sentarse indolentemente bajo un árbol. Así, unos pocos minutos fueron suficientes para que el mundo todo se abstrajera de quien consumía las páginas con seriedad litúrgica.

En algún momento levantó los ojos y al rever aquella pictórica naturaleza –los arbustos y rocas que lo rodeaban– dio con una abertura casi disimulada en las profanas piedras, la que ofrecía la entrada a un túnel o a un escondite. No lo pensó dos veces: cerró el volumen y herido por la curiosidad se dispuso a averiguar. Debido a la estrechez de la grieta le resultó difícil introducirse pero una vez que lo hubo hecho logró ponerse de pie. Pronto empezó a caminar dando vueltas en medio de la oscuridad que se hacía insoportable pese a lo cual él persistió. No obstante, vio pronto que la exploración carecía de sentido y que hasta podía ser peligrosa, por lo que eligió volverse. Trató de rehacer la senda que lo había conducido hasta ese lugar tal vez por pura casualidad pero sólo chocó contra impasibles piedras sin dar con salida alguna. Dejó caer los brazos y se detuvo como para razonar y aplacar el ya evidente nerviosismo. No pudo. Tiró el texto que aún tenía entre manos y casi simultáneamente la claustrofóbica garganta desesperó, mientras golpeaba las imperfectas paredes. La crisis se agravó con recuerdos que acudieron a él forjando lo peor: la admisión de que, como tantas víctimas de la palabra, también él se había extraviado quizás para siempre.