domingo, 12 de mayo de 2013

EVOCACIÓN DE BERNARDINO RIVADAVIA por Radulfus


EVOCACIÓN 
DE
BERNARDINO RIVADAVIA

Tomado de loa revista digital Ápices, número 10, editor responsable: Raúl Lavalle.


Por: RADULFUS

  El nombre Bernardino Rivadavia nos remite inmediatamente al prócer argentino. Pero aquí nos referimos a su chozno y homónimo, que fue escritor e integró más de veinte años la Secretaría de Redacción de la revista Proa en las Letras y en las Artes, dirigida por Roberto Alifano.

  No soy la persona más indicada para esta evocación de quien murió en la segunda mitad de este 2011. No obstante, el afecto que le tenía me pone en una cierta obligación. Sin duda otros mejorarán mi tenue intento.

  Lo conocí casualmente, sobre fines de los años ’70. No está del todo bien ese “casualmente”, porque fue en lo de un bouquiniste. Me refiero a la Antigua Librería del Valle, en Callao a pasitos de Corrientes. Cada uno separadamente había ido allí a curiosear y comprar algún tesoro libresco. Y justamente con el señor del Valle comenzamos una larga conversación, que terminó después en el bar La Ópera.

  Muchísimas veces, a partir de entonces, nos vimos. Era para mí una como obligación intelectual visitarlo en su casa de la calle Fraternidad, en ese barrio tan bello de casas tan bellas. En Buenos Aires todos sabemos que decimos ‘lindo’, pero a propósito empleo el derivado del latín bellus, (1) porque, cuando algo le gustaba, él solía decir que era “bellísimo.” También nos veíamos en diversos actos culturales. Con mayor razón aún, después de su vinculación con Proa, para todos nosotros una verdadera academia literaria.

  Era Dino un amigo sincero y afectuoso, interesado siempre en saber cómo andaban mis cosas. Sé que también era así con los demás. Parece esto muy poco, dicho así, pero todos sabemos cuánto vale la amistad de ley. Tenía –justo es quizá decirlo– el defecto de escribir poco. Hay algún libro de cuentos, algunos poemas, ciertos ensayos, notas. En fin, muy por debajo de todo lo que sabía y de su gran sensibilidad. Fríamente hasta me animaría a decir que su genio necesitó una mayor dosis de labor, de esfuerzo. Pero esa era su forma de ser y de sentir la vida. Priorizaba el goce estético y vital.

  Pero en realidad es muy posible que el equivocado sea yo, al intentar transferir mis propios criterios de vida a su plácida existencia. Por eso, querido amigo, (2) te pido perdón por estas torpes reflexiones en voz alta y te ruego que aceptes mi testimonio de admiración por tu extraordinario saber, por tu sensibilidad y por tu bonhomía. Y también por tu pluma, porque lo bueno no es bueno por lo mucho.

  Sí era ingente y profusa tu biblioteca, con volúmenes rarísimos y con unos estantes que llegaban hasta los altos techos. Era muy común que interrumpieras la conversación y sacaras de esos atestados anaqueles una obra ad hoc. Lo normal no era terminar un tema, sino todo lo contrario: nuestros excursus trataban sobre todas las cosas y otras muchas más.

  Y bien, carísimo Dino, te pido que nos transmitas desde tu casa celeste algo de la belleza sublime que contemplas. De a poco iré como rumiando lo que valió para mí tu amistad y la pérdida que significa tu ausencia. Con afecto te saludo con un escuálido intento de epitafio:




Care amice, sit tibi terra
levis. Sic prisci Romani
bonam requiem optabant.
Iter bonum egisti: lectio,
5oltand, diatriba doctis
cum scriptoribus (vivis
et defunctis) voluptatem
quam maximam attulit
tibi in aeternum. (3)


1 - Perdone el lector el desvío etimológico, pero Dino era amante apasionado del origen de las palabras.

2 - Sepa disculpar el lector este cambio de persona en mi humilde escrito.

3 – “Querido amigo, que la tierra te sea leve. Así deseaban buen descanso los antiguos romanos. Recorriste un buen camino: la lectura, la pluma, la conversación con doctos escritores (vivos y difuntos) te dieron el mayor placer, para siempre.”