domingo, 14 de agosto de 2011

Borges entre señoras - Mario Vargas Llosa


PIEDRA DE TOQUE. El escritor argentino colaboró en los años treinta con una revista femenina bonaerense, El Hogar, con magníficas críticas literarias. Tusquets publicó en 1986 una antología soberbia

Entre 1936 y 1939 Borges tuvo a su cargo la sección de libros y autores extranjeros de El Hogar, un semanario bonaerense dedicado principalmente a las amas de casa y la familia. Emir Rodríguez Monegal y Enrique Sacerio-Garí reunieron una amplia antología de estos textos que publicó Tusquets en 1986 con el título Textos cautivos. Ensayos y reseñas en 'El Hogar' (1936-1939).

No conocía este libro y acabo de leerlo, en Mallorca, donde Borges, en cierto modo, hizo su vela de armas literaria poco después de terminar sus estudios escolares, en Ginebra. Aquí escribió versos vanguardistas, firmó manifiestos, se vinculó a un grupo de poetas y escritores jóvenes de la isla, en una actividad intelectual intensa pero que poco dejaba adivinar de la trayectoria que tomaría su obra posterior. No sé por qué me había hecho la idea de que sus notas y artículos en El Hogar, serían, como aquellos escritos mallorquines de su juventud, testimonios de una prehistoria literaria sin mayor vuelo, meros antecedentes de la futura obra genial.

Me llevé una gran sorpresa. Son mucho más que eso. No sé si la selección, que parece haber sido hecha sobre todo por Sacerio-Garí -el libro apareció cuando Rodríguez Monegal había fallecido-, eliminó todos los textos de mera circunstancia y poca significación, pero la verdad es que esta antología es soberbia. Revela a un escritor dueño de un estilo cuajado y propio, enormemente culto, con un punto de vista que le permite opinar sobre poesía, novela, filosofía, historia, religión, autores clásicos y modernos y libros escritos en diversos idiomas, con absoluta desenvoltura y, a menudo, notable originalidad. Un colaborador que semanalmente comentara la actualidad literaria mundial con la lucidez, el rigor, la información y la elegancia con que lo hacía Borges en El Hogar, hubiera dado un gran prestigio a las más exigentes publicaciones intelectuales de los considerados entonces los ejes culturales de la época, como París, Londres y Nueva York. Que estos textos aparecieran en una revista porteña dedicada a las amas de casa dice mucho sobre la probidad con que su autor encaraba su vocación, y, también, desde luego, sobre los altos niveles culturales que lucía la Argentina de aquellos años.

Una de las rarezas de estos textos es que Borges se ha leído de principio a fin los textos que reseña, se trate de la voluminosa traducción de Las mil y una noches de sir Richard Burton, los ensayos sobre la mitología primitiva de sir James George Frazer o las novelas de Faulkner, Heming-way, Huxley, Wells y Virginia Wolf. Todo lo analiza y comenta con la seguridad que solo confiere el conocimiento. Cuando la oscuridad del libro es más fuerte que él, como le ocurre con el Finnegans Wake de James Joyce, lo confiesa y explica las posibles razones de su fracaso de lector. No hay uno solo de estos comentarios que dé la impresión de haber sido elaborado de cualquier manera, para cumplir, sin dar mayor importancia a un trabajo que sabía pasajero, superficial y olvidable. Nada de eso. Incluso las pequeñas notitas de pocas frases que aparecían a veces al pie de su página bajo el rubro De la vida literaria son una delicia de leer, por su ironía, su gracia y su inteligencia.

En los años en que colabora en El Hogar Borges publica ya un libro importante, Historia universal de la infamia, pero todavía no ha escrito ninguno de sus grandes cuentos, poemas o ensayos a los que deberá luego su fama. Sin embargo, ya había en él un talento fuera de lo común para leer y opinar sobre lo que leía, y una visión del mundo, de la cultura, la condición humana, del arte de inventar ficciones y de escribirlas que dan a todos estos textos un denominador común, de partes de un todo compacto. Lo primero que resalta en ellos es la curiosidad universal que guía sus lecturas, la de un lector que es ciudadano del mundo, pues se mueve con la misma soltura leyendo a Paul Valéry en francés, a Benedetto Croce en italiano, a Alfred Döblin en alemán y a T. S. Eliot en inglés. Y, lo segundo, la claridad y la fuerza persuasiva de una prosa donde hay casi tantas ideas como palabras y un esfuerzo permanente para no decir nada que no sea absolutamente indispensable respecto a lo que se propone decir. Cuentan que Raimundo Lida, en sus clases de Harvard, recordaba siempre a sus alumnos: "Los adjetivos se han hecho para no usarlos". Borges es famoso por sus adverbios y adjetivos ("Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche"), pero, justamente, lo es porque nunca abusa de ellos, porque estallan de pronto en sus frases como una aparición insólita y espectacular, que redondea una idea, abre una inesperada dimensión a la anécdota, trastorna y desbarajusta lo que hasta entonces parecía la dirección de un argumento. La riqueza de estas reseñas, comentarios o microbiografías está en la precisión y concisión con que fueron escritas: nunca parece faltar ni sobrar nada en ellas, todas gozan de aquella autosuficiencia que tienen los buenos poemas y las mejores novelas.

A veces, un párrafo de pocas frases le basta a Borges para resumir el juicio que le merece toda la vasta obra de un autor, como Samuel Taylor Coleridge: "Más de 500 apretadas páginas llenan su obra poética; de ese fárrago solo es perdurable (pero gloriosamente) el casi milagroso Ancient Mariner. Lo demás es intratable, ilegible. Algo similar acontece con los muchos volúmenes de su prosa. Forman un caos de intuiciones geniales, de platitudes, de sofismas, de moralidades ingenuas, de inepcias y de plagios". La opinión es muy severa y acaso injusta. Pero, no hay duda, quien la formula de ese modo sabe lo que dice y por qué lo dice.

A veces, en los perfiles biográficos, hay verdaderas maravillas descriptivas, como este boceto físico del historiador Lytton Strachey: "Era alto, demacrado, casi abstracto, con el fino rostro emboscado detrás de los atentos anteojos y de la rojiza barba rabínica. Para mayor recato, era afónico". No es raro que un elogio vaya acompañado de un mandoble letal, como en esta frase en la que, luego de alabar dos novelas de Lion Feuchtwanger -El judío Süss y La duquesa fea- añade: "Son novelas históricas, pero nada tienen que ver con el laborioso arcaísmo y con el opresivo bric-à-brac que hace intolerable ese género".

No hay en el Borges que escribe estos sueltos y artículos la menor concesión hacia el público de una revista que no era ni especializado en literatura ni, en su gran mayoría, lo suficientemente culto como para poder apreciar en todo su valor las opiniones y elogios o admoniciones de que estaban impregnados sus artículos. Escribe como si se dirigiera a los más exquisitos y refinados lectores de la tierra, dando por supuesto que todos lo entenderían y aprobarían o desaprobarían sus juicios de igual a igual. Y, pese a ello, no hay en estas páginas arrogancia ni pedantería, esos desplantes detrás de los cuales se disimulan casi siempre la ignorancia y la vanidad. Son textos en los que, a pesar de su brevedad, el autor se juega a fondo, desnudándose de cuerpo entero, mostrando sus manías, fobias, filias, anhelos íntimos. Los autores que frecuentará toda su vida con admiración y lealtad desfilan por sus páginas, Schopenhauer, Chesterton, Stevenson, Kipling, Poe, los cuentos de Las mil y una noches, así como su debilidad por el género policial, a muchos de cuyos cultores, Chesterton, Ellery Queen, Dorothy L. Sayers y Georges Simenon, dedica artículos. Temas recurrentes de sus ficciones y ensayos, como el tiempo y la eternidad, asoman en las observaciones que consagra a la obra de teatro de J. B. Priestley El tiempo y los Conways y a Un experimento con el tiempo de J. W. Dunne, a quien dedicaría también en otra ocasión un largo ensayo. Y, por supuesto, la fascinación que ejerció siempre sobre él la literatura oriental está presente en los comentarios a libros chinos como Historia de la orilla del agua, una antología de cuentos fantásticos y folclóricos de ese país hecha por Wolfram Eberhard y la japonesa The Tale of Genji de Murasaki Shikibu.

Textos cautivos constituye un magnífico panorama de lo que era la actualidad literaria de fines de los años treinta en el mundo occidental, época de una fulgurante creatividad en todos los géneros, la de Eliot, Joyce, Breton, Faulkner, Wolf, Mann, en la que la experimentación formal, la revisión del pasado reciente y clásico, las polémicas sociopolíticas y culturales trazaban una frontera entre dos épocas. Es fascinante que acaso nadie dejara un testimonio más agudo y sutil de toda la efervescencia de ideas, formas y creaciones literarias de aquellos años, que un (todavía) oscuro escribidor de los confines del mundo, en la página semanal que llenaba en una revista de amenidades concebida para hacer más llevadera la rutina de las amas de casa.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2011. © Mario Vargas Llosa, 2011.
Publicado edición impresa domingo 14 de agosto de 2011

domingo, 7 de agosto de 2011

La palabra es deseo - Héctor Alvarez Castillo




La palabra es deseo


“La carne es triste, ¡ay de mí!,
He leído todos los libros.”


Stéphane Mallarmé







Ruedas giran tras otras ruedas
Y el negro carro del día
Avanza feroz sobre la noche.
Mis fuertes brazos ya no pueden hacer nada.

Siempre hay una excusa para no morir,
Y cuando se pierden todas las excusas
La mano extravía el negro puñal de la desgracia.

Nuestros rostros dormitan
A la luz del sol
Y de la luna.
Bostezan en humo y alcohol.
Revuelcan su cuerpo en la tierra,
Y apenas sacuden el polvo
Que se adhiere a los poros de esta carne.

Nos relajamos en brazos de alegres mujeres;
Eso somos,
Alegres muchachos relajados en la piel de la vida,
Y sonreímos a las que pasan cerca de nuestra mesa.
Les sonreímos con tibieza, con pudor, con osadía.
Las convidamos con lo que tenemos,
Y lo otro, lo otro se lo negamos.
De lo otro, nada sabemos.

Habituados al sueño
Nadie percibe la agonía.
Agitados, inútiles, dejamos que suceda
Lo que no sabemos evitar,
Y luego reflexionamos sobre el vivir.
Y hablamos sobre el vivir,
Hablamos todo el tiempo sobre el vivir,
El vivir es nuestra tierra.

Se derrama la baba del caracol con su paso.
Pisamos esa mugre, parece que nos deleitáramos en eso.
Es una falsedad que no debemos permitirnos:
Nuestra conciencia nos ordena que no desafine nuestra moral.

¡Nuestros ojos son ávidos! Abren las puertas
Y penetran en las alcobas.
Beben el calor en las sábanas de los amantes,
Lamen en las sombras la piel que gime.
Lamen en las sombras las mismas sombras,
Y miran hacia nuestro rostro.

¡Nuestros ojos son ávidos! Abren las puertas
Y penetran en las alcobas.

Una cadena de oro en tu muñeca,
Lleva el nombre de otro cuerpo.
Te ocultas, te escondes, ¿me temes?
¿Acaso me temes?
¿Estás tiritando y el sueño
No te deja llegar?

Antes de penetrar en esa tierra
Un campesino calló dos palabras.

Los animales dieron señales esta mañana.
Una tormenta no puede esconder
Sus quejosos vestidos.
El verano esparció agua fresca,
Y en el agua vimos sucesos.
¿Serán augurios?
Tu piel es lo que busco.

Eras quien andaba silenciosa entre los árboles,
Persiguiendo con los ojos el vuelo de las aves.

Me amas. Te ahogas y tendí una mano para salvarte.
Besaste mis dedos, te abandonabas mojada
Sobre la tierra hiriente; sol y aire te secaron
Como a una piedra en el desierto.

Ya no hay peligro. Por las noches
Te das vuelta para dormir, y te necesito.

Corro por el bosque, salto por los charcos,
Las ranas brincan asustadas; hay otras bestias.
Me miran, me observan.
Comentan alarmadas que ese hombre está loco,
Que algo lo ha perturbado, que una mujer yace
En su alma, o es el mismo demonio quien lo agita
Como a un árbol abandonado.

Grito y el eco viene a mi encuentro,
Una sombra sin vida cae inerte a mi lado.
Río ante la fuerza de las cosas. Nada más tonto.
Lo que la corriente ha dejado nacer
El mar vence con su avenencia.

Marcha el mundo a la par
De la lucha y la adversidad.
El hombre construye su existencia,
Levanta paredes, edifica ciudades, altares
Y columnas; toma de la tierra el alimento
Y descansa entre libros, junto al fuego
Y la hoguera.

¡Amparado corazón, no palpites con violencia
Por lo que ayer has despreciado!
En tu casa
Se han clausurado las celdas. Ni una abeja
Entra a dejar su miel. Dulce es el regalo,
Sagrada la fe.

Por dos palabras la muerte no se atreve,
Y el carro negro del día
Vence la furia animal. Campanas,
Campanas en mis oídos.
Campanas de una procesión.
¡Qué tarde se ha hecho!
¡Cómo no te has retirado a dormir!
No vas a descansar bien esta noche,
Y mañana estarás extenuado.

Una tragedia,
Una pena enorme,
Grande y poderosa. Campanas,
Campanas en mis oídos,
Campanas de una procesión.
¿Nuestra marcha?
¿Nuestra memoria que parte?
Aquella vez cuando dije:
“Es bueno y me está sucediendo”.

Escombros de murallas fastidian mis hombros,
Y mis espaldas van engañadas hacia el cuarto
De las desgracias
Torturas hay en mi alma, torturas pueblan la mente.
¿Quién morirá esta madrugada? ¿Quién?

Llegan desde el mar cartas de un marino
Que no vuelve. El barco no llega a las costas,
Va fantasma entre la tempestad y las olas.

No esperabas nada a esta hora, pero
Golpeó a la puerta un ángel.

Muchas noches aguardabas con ventanas abiertas,
¡Cuánto tiempo pasó desde aquellas horas!
El mayor presente siempre es inesperado.
Ahora puedes avanzar hacia ese lecho,
Puedes descansar hasta el alba,
Hasta que la oscuridad
Pronuncie sus últimas palabras.
¡Calla! La vida es distinta cada día.
Cierra los ojos para no ver la luz
Y ábrelos de repente, respira, sacude tu cabeza.

Fiebre. Tu frente vuela y no es un pájaro.
No es el cielo el techo que gira
Y el pañuelo que te calma. Se inflamó tu espíritu
De madera ardiente. Riesgo y vértigo, ¿dónde estás?
¿Dónde reposas? ¿De dónde eres?
Las doncellas salvajes, con sus pies
Y sus alas, ¿han sido negadas a los cazadores?

“El perro no es un compañero fiel,
Es un obsecuente mirar con los ojos abiertos.”
Se lo dije y era viejo. Su transpiración
Tenía olor a vodka y a grasa en las manos.
Los viejos huelen feo, huelen a muerte y a cera.

Tú eres la ausencia de las cosas.
Si lo sé, ya no hay sorpresas. Pero aún así invoco
Y alzo la voz en la noche. Los hombres se asombran
Con los misterios. No han dejado atrás sus cavernas.
Tienen sus raíces dentro de ellas. En el día
Observan las formas de la tierra y en el atardecer
Dibujan hasta dormirse. Luego sueñan
Hasta tarde. Caen como madera al río;
Aguas abajo los deja la corriente.

Es primavera, las tortugas han vuelto a comer,
Devoran la carne que le ofrecen estas manos.
Regresan a este vacío sin saber dónde están.
Confían en Dios más que nosotros.
En una balsa
Iré a pescar tiburones azules, con los ojos claros
Y las estrellas. Una luz me ha llamado y obedezco.
El trazado del cielo dice que partiré mañana.

Tu boca me habla aunque duerma, no puedo dejar de oírte.
Sé que el conocimiento es la única ilusión que guardo.
Pero el bullicio de la vida
Sigue pujando, sin descanso. Mi sangre oye
Por encima de los actos. Una huella,
Otra huella.
El camino del hielo
Es el que siempre me espera. Nieva y los brotes
Van sepultándose. Nieva y hace frío,
Un frío helado que lastima.
Estoy asustado porque no sé si te volveré a ver.
No sé si continuar. Las piernas andan solas.
Obedezco y me rindo. Me dejo sobrevivir.
Crujen las maderas de mi vida.
Sigo lentamente. Un oso cruzó espantado.
Vio el cadáver y huyó hacia el refugio. ¡Alces!
¡Hay alces en el bosque!

El agua se derrite en la estación de las flores.
Con la primavera la monotonía animal
Regresa a la sangre.

Ella compartirá la cama.
Con su piel humedecida calentará las sábanas,
Deshacerá los recuerdos, secará la memoria.

Signos de las cosas se engarzan como cifras
En el caparazón de nuestros antiguos compañeros,
Despacio, sigilosamente.
¿Sabes que aún te quiero?
¡Qué te quiero como aquel día! Aquel día de amor
Tan lejano como la partida.

Me hablaste de tu hermano enfermo.
No sabíamos quien era el otro;
Miraba una casa vieja
Y decíamos, mientras esperábamos que la vida pase.
Confiábamos nuestras ilusiones a nuestros sueños,
Y nuestros sueños a nuestras ilusiones.

Va el barco lejos y no regresa a las costas.
¿Una maldición? Alzamos altares, elevamos ofrendas
Al cielo. ¿Alguien escucha allá arriba?
¿Está Dios en alguna parte?
¿Dónde estás que no oyes? Hacemos cosas
Esperando que la vida pase. Hacemos.

¡Tú vas a llegar algún día!
Estaré con los ojos abiertos,
Veré el amanecer y tu cuerpo danzar.
Vas a llegar y estaré aguardando.

Conozco un lugar donde los jacintos son el camino;
Las fresas y las uvas,
Los alimentos. Licores beberá tu boca.
Y morderé tus labios hasta sangrar
Y la sangre bañará las encías.

Fuimos a visitar al amigo despreciado.
Está protegido por largas mantas. El calor
No ahuyenta el terror. Espera la muerte
Y no lo sabe, lo presiente.

Te has enojado
Y no sé como consolarte. Se necesita cierta sombra
Y cierta luz
Para confiar lo mejor que hay en nosotros.

El gato salta de un lado al otro.
No deja corregir lo que escribo y partirás.
Tacho una palabra y vuelvo a escribirla.
Di cómo rozaba tu cuerpo al mío.
¡Dímelo si lo sabes! ¿Lo recuerdas? ¿Lo deseas?
Me quedé dormido y al despertar
Tus piernas se atraparon entre las mías:
No la vida que hacemos para los demás,
La nuestra, la más íntima, la profunda.
La que desgarra como un alarido.

Amo los jacintos,
Los corales y el color rojo, el cielo
Cuando crece en lo alto como un sol.

No puedo.
Un tren deja las vías a distancia.
Lo he estado esperando durante días y se ha ido.
No moví un brazo para detenerlo,
No silbé su canción cuando pasaba
Y sacudía la plataforma y los hierros derruidos.

¿Nunca te has dormido después de oír
Palabras que no te importan, diálogos que
Olvidas al instante? No finjas. No seas tonta.
Nadie te oye ni te mira más que mi voz y mi rostro.
La tierra de la que tú vienes se hunde a mi paso.

Me sumergí en el mar para hallar tus perlas:
Blancas y únicas,
En mis manos se abrieron a tus manos.

La posesión de ese rostro de luz
Era adueñarse del mundo.

Paz. Paz es mi anhelo,
Pero la palabra es un deseo
Que transgrede todo límite.

¡Cuánto hace que no hablas con un ser vivo!
¡Cuántas lunas, cuánto mar bañó las playas
Y despojó a la arena de los nombres
Grabados!
¡Cuántos días
Tu barca golpeó las costas
Y nadie vio el presagio ni agitó el saludo!
Otro mar otro grito otro infierno.

La última vez que dijiste una palabra
Fue a la mujer. Una noche alcanza para saber
Qué es el amor.


Buenos Aires, 1991


Este extenso poema da nombre al libro que ha obtenido en este año el Premio de Poesía "Alejandro G. Roemmers", que otorga la Fundación "Victoria Ocampo"